No hay idea pre-establecida. No hay boceto. No hay prisa. No hay sensación de paso del tiempo. No “veo” la pieza acaba. En cambio si hay una llamada, una provocación, una atracción, una mirada cómplice que te impulsa a su reconstrucción.
Me enfrento al tronco puro tal y como le parió la naturaleza como el escritor que se enfrenta a la hoja en blanco.
Doy los primeros cortes. Miro, vuelvo a mirar, más cortes, más miradas, Empieza el proceso de devastar, de buscar las formas armónicas. Es el proceso de palpación, de acariciar todas las formas, todos los huecos, toda la profundidad de la pieza..
El proceso continúa con el lijado buscando la suavidad, el color de sus betas, de su textura, de su aroma, de su calidez.
Acabo protegiéndola contra agentes externos, carcomas, polillas, ………. Quiero que perdure en el tiempo y recobre su dignidad perdida. ¿LO CONSEGUIRÁ?
